17 junio 2012

La siesta, ese gran invento

Acabado el curso escolar me veo en la liviana y agradable "obligación" de volver a la popular y no vemos gratificante costumbre de la siesta. Obligada a saltármela por diferentes razones durante el resto del año, la siesta se me antoja ahora un lujo al alcance de los mortales. Uno de los pocos placeres, junto al sexo y la lectura, de los que podemos todavía gozar sin pagar.
Tan llena de  bondades está que es lo único que hemos exportado con éxito internacional. Hasta los de la NASA hicieron un estudio para acabar comprobando que los astronautas mantenían la lucidez y la buena disposición después de dormir una siesta tras una mañana de intenso trabajo. El estudio estableció el minuto 26 como el propicio para despertarse de «tan breve letargo». Atención a ese dato porque es importante lo del tiempo. Si nos excedemos de 30 minutos entramos en fases más profundas de la «arquitectura del sueño»,  ciclos más propios de la noche, con lo cual engañamos al organismo.
El nombre de la popular cabezadita, siesta, viene de la hora sexta benedictina, la que estos monjes dedicaban al descanso. Así que aprovechemos estos ratitos impagables para desconectar del mundanal ruido, ahora que todavía podemos. Porque los griegos hoy, ni la siesta se han podido echar.









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